Estudio revela que 3 de cada 4 verduras en Cochabamba tienen plaguicidas
Noticias AGRECOL Andes (25/11/2025)
Imagina que, junto con las vitaminas de tu ensalada y los nutrientes que quieres ingerir con tus verduras, estás consumiendo un cóctel de hasta diez sustancias químicas diferentes. Esta no es una escena de una película de ciencia ficción, sino la conclusión de un estudio reciente que analizó lo que realmente comen las familias cochabambinas. Un tercer examen independiente, realizado recientemente por la FUNDACIÓN AGRECOL Andes, después de otros dos realizados en 2023 y el año pasado, destapó una realidad alarmante en los mercados: el 74 por ciento de las muestras de verduras básicas contenían residuos de plaguicidas.
Los números que preocupan
Entre octubre y noviembre de este año, el monitoreo analizó 34 muestras de tomate, lechuga, brócoli y apio, recolectadas en ferias populares, francas, supermercados y provincias aledañas de Cochabamba. Los hallazgos, «recién salidos del horno» según los investigadores, confirman una tendencia peligrosa.
Los tres ciclos de monitoreo realizados por AGRECOL Andes —el primero entre noviembre y diciembre de 2023, el segundo entre junio y julio de 2024, y este último entre octubre y noviembre de 2025— dibujan una curva ascendente y alarmante. No solo hay más verduras contaminadas (pasando de un 48 por ciento de muestras con residuos en el primer estudio al 74 por ciento en este tercero), sino que el «cóctel químico» es cada vez más variado y peligroso. En el primer análisis se identificaron 14 tipos de plaguicidas; en el segundo, 22; y en este más reciente, la cifra se disparó a 26, confirmando que la presencia y diversidad de estos tóxicos en los alimentos crece de forma sostenida.
«De 11 muestras de tomate, 10 tenían residuos. En la lechuga, 8 de 11 también estaban contaminadas», detalló el ingeniero agrónomo Tito Villarroel de AGRECOL, quien también coordina el Programa Cono Sur de la institución, durante la presentación. Pero la cantidad no es el único problema, sino la «receta» de este cóctel. En una sola muestra de tomate de una feria popular se encontraron diez tipos distintos de plaguicidas. El estudio identificó 26 sustancias diferentes, de las cuales el 42 por ciento son Plaguicidas Altamente Peligrosos (PAP) y el 15 por ciento son posiblemente cancerígenos (PPC). Uno de los más preocupantes es el Bifentrín, un plaguicida cancerígeno que figura entre los más importados en Bolivia.
Un fenómeno que no es aislado y está ligado directamente a un modelo agroindustrial dependiente de los químicos. Alberto Cárdenas, ingeniero agrónomo de AGRECOL Andes y coordinador de su Programa Metropolitano alertó sobre una cifra contundente que lo evidencia: «en los últimos 20 años en Bolivia se ha quintuplicado el volumen de importación de agroquímicos, de 2,5 millones de litros de pesticidas, se pasó a importar 29,2 millones de esas sustancias«. Una explosión en el uso de insumos tóxicos, que sin embargo, no se ha traducido en una mejora proporcional de la productividad, pero sí en un escenario de alto riesgo para la salud y el ambiente.
No es solo un dato, es una cuestión de salud
Frente a la frialdad de los números, las voces de los protagonistas le ponen rostro y emoción al problema.
«Como productora, como mamá, como mujer, para mí es muy preocupante… primero tienes que caer para valorar la salud«, compartió Nelly Camacho, representante de los productores ecológicos, con un testimonio estremecedor. «Yo he caído con una enfermedad de cáncer, es por esa razón que yo me he enamorado de la producción ecológica«. Su relato conecta el uso pasado de agrotóxicos con las graves enfermedades que hoy afectan a la población, instando a una reflexión colectiva sobre lo que se consume.
Desde el lado de los consumidores, la alarma es igual de intensa. Carla Alcocer, del Colectivo BolSaludable, expresó el sentir de muchas familias: «Estamos realmente asustados y muy preocupados porque vemos cómo todos estos productos llegan a nuestra mesa… y poco a poco nos están envenenando».
Un llamado a la acción con soluciones claras
Frente a este panorama, la FUNDACIÓN AGRECOL Andes no se limita a la denuncia. Su director, German Jarro, planteó una hoja de ruta clara basada en la esperanza, destacando que un 27% de los productos analizados estaban libres de tóxicos, «una muestra de que sí es posible producir alimentos sin el uso de agroquímicos».
Las soluciones presentadas son concretas: fortalecer la capacitación en prácticas agroecológicas, promover mercados con trazabilidad garantizada, impulsar el diálogo con las autoridades y, crucialmente, «sensibilizar a los consumidores sobre la importancia de informarse y exigir alimentos sanos«. Un aspecto que encontró eco en Carla Alcocer, quien cerró el círculo de las propuestas invitando a la población a «tomar conciencia en el consumo de productos ecológicos«, porque a mayor demanda, más productores se animarán a transitar hacia una producción sana.
La pelota también está en el tejado de las instituciones. Oscar Velarde, director de Desarrollo Productivo del Gobierno Autónomo Municipal de Cochabamba, reconoció que estos resultados «deberían hacer reflexionar y reorientar las políticas públicas» para articular un apoyo a la agroecología que trascienda el nivel municipal.
El mensaje final es de urgencia, pero también de oportunidad. La evidencia está sobre la mesa: un problema que afecta la salud de todos. El por qué—la dependencia de un modelo agrícola insostenible—ya es conocido. El desafío ahora es actuar, transformando la preocupación en una fuerza de consumo consciente y en políticas públicas valientes que garanticen que la comida sana sea un derecho, no un riesgo.








